Nuestra historia se remonta a finales del siglo XIX, cuando mi tatarabuela Petronila ya elaboraba pan en una de las panaderías de las esclusas de Frómista, el mayor salto de agua del Canal de Castilla, donde también se encontraban la fábrica de harina. Desde entonces, y durante cinco generaciones, nuestra familia ha estado vinculada al pan artesanal. Desde Petronila, pasando por el bisabuelo Feliciano, los abuelos Julio y Elvira, mi padre José María, y ahora yo, César, hemos preservado con orgullo este legado de elaborar pan de calidad con nuestras propias manos.

Son muchas las anécdotas e historias que a través del oficio de panadero hemos ido atesorando: como cuando mi abuelo iba con su carro y la mula que paraba sola en cada casa, porque se sabía el itinerario del reparto; la época en la que las mujeres del pueblo venían a hornear las pastas de su casa a nuestra panadería o cuando se cedía el horno para hacer un lechazo en ocasiones especiales.